Simple.

La semana pasada fue complicada. Tirando a negra y rozando lo depresivo. Esta parece todo lo contrario, como si el universo tratase de compensar o equilibrar lo pésimo de la pasada.

Y como recordarás, hace unos años, regentaba una escuela infantil y ayer fue un viaje exprés al pasado al tener todo el día para mi sobrina. Una vuelta a los bebés y una vuelta a recordar el simple mecanismo de la vida: dormir, comer, cagar y disfrutar.

Recuerdo que al principio no entendía absolutamente nada sobre bebés, hasta que me explicaron que sus llantos están todos justificados, si el bebé esta sano y en condiciones normales, y el 90% es para comunicarte que es su hora de la comida, del cambio de pañal o de dormir (jamás entenderé porque tienen que avisar que tienen que dormir). Y, efectivamente, hoy he recordado esa norma al escuchar el primer llanto de la bebé de 8 meses que me miraba desde su manta de juegos.

Envidio la inocencia de los bebés. No traicionan, no mienten y no andan con rodeos. Tal y como debería ser la vida. ¿En qué momento nos corrompemos?

Cada vez que miro a los ojos a un bebé, me invade una mezcla de paz y felicidad. Un perímetro seguro. El mismo perímetro que me gustaría trasmitir a mi hacia los demás. El mismo perímetro que me gustaría ver en los demás. Pero no. Parece necesario que tengan que pasar que semanas como la pasada una y otra, en modo bucle indestructible, porque no somos capaces de ser simples como vinimos.

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